La enseñanza para adultos puede ayudar a evitar la depreciación de ciertas habilidades y facilitar la transición de empleos y sectores en declive a los que se encuentran en expansión. Una gran reestructuración de los programas de enseñanza para adultos, en aras de incrementar su cobertura y promover su calidad es fundamental para aprovechar los beneficios del cambiante mundo laboral. En todos los países de la OCDE la participación en cursos de formación es la más baja entre los que más necesitan de dicha formación, incluidas las personas poco cualificadas, adultos de mayor edad, desempleados y trabajadores en sectores no estándares. Estos grupos se topan con multitud de obstáculos en cuanto a la participación en la formación, a saber, pocas elecciones de formación y falta de motivación, tiempo, dinero o apoyo por parte del empleador. Las opciones políticas giran en torno a la creación de una cultura de aprendizaje entre las empresas y las personas, eliminando las barreras de tiempo y dinero para participar en la formación, acabando con el acceso desigual en función de la situación laboral, alentando a las empresas a formar a los grupos en riesgo y posibilitando una portabilidad de los derechos a la formación entre empleos. La formación debe, asimismo, ser de buena calidad y adaptarse a las necesidades de los mercados laborales para poder ser eficaces. Para ello, es necesario que haya una financiación adecuada y sustancial, compartida por todas las partes involucradas, según los beneficios que se reciban, así como una gobernanza que ayude a los países a casar todas las piezas de los sistemas de educación para adultos para que estos funcionen. |